Furorne caecus, an rapit vis acrior,
an culpa? Responsum date!

(Horacio: Epodos VII. 13-14).

(¿Lo que hace que te apresures es la locura ciega, una fuerza superior,
o es acaso la culpa? ¡Responde a mi pregunta!)

En la antigua colonia romana judía, ha aparecido un extraño fenómeno. La plebe israelí que se ha diseminado por el antiguo territorio de sus ─o algunos de sus─ ancestros, está siendo bombardeada con miles de cohetes tan ineficaces que, a pesar del sufrimiento debido a la tensión psicológica, solo matan a unos pocos; mientras tanto, el poder absoluto del Estado está bombardeando las masas hacinadas de árabes, atrapados en la minúscula Franja de Gaza. Cada día se destruyen casas con bombas y drones, y niños y mujeres, además de sus hombres, son despedazados; los muertos son casi dos mil. En lo que a ellos respecta, y de forma preocupante, a los israelitas no les perturba esta masacre. Matronas cultas de la clase media aparecen en la televisión dando su aprobación a este bombardeo letal, curiosamente impertérritas ante los sollozos de las madres y los niños mutilados.

La opinión orquestada del desastre, por parte de los medios de comunicación, presenta dos posturas difícilmente aceptables desde el punto de vista racional: los israelitas bajo el ataque de cohetes versus el baño de sangre de unos vecinos controlados por un grupo militar que defiende sus “merecidos derechos”. ¿Cómo hemos llegado a este desastre humano que nadie confronta? Empecemos con el momento de la eclosión que tuvo lugar en el siglo XX.

Desde el punto de vista técnico, la Segunda Guerra Mundial comenzó como respuesta a la invasión alemana de Polonia. Su lógica y exitosa conclusión sería el rescate de Polonia como Estado soberano. Pero como todos sabemos, cuando cesó el conflicto con una rendición sin condiciones, Polonia pasó de una esclavitud extranjera a otra. En términos de la ‘realpolitik’, la guerra se convirtió en la invasión de Europa por parte de América, y representó una especie de anexión liberadora, al estilo del Imperio Romano, de la Europa occidental bajo la hegemonía financiera americana. Italia era un Estado fascista destrozado, Francia era un Estado humillado que salía de la ocupación y la persecución, y Gran Bretaña una ruina exhausta en bancarrota. Las armas americanas habían atacado y arrasado con bombas incendiarias Hamburgo, las ciudades del Rhur, Dresde y Berlín. La Pax Americana estableció tres instituciones nuevas que vaticinaban la nueva evaluación de la postguerra. La primera fue el establecimiento en Nueva York de la Organización de las Naciones Unidas, con un antidemocrático veto que garantizaba su control. En segundo lugar, el Tratado de Bretton Woods diseñaba una nueva economía mundial controlada por el dólar. Lo tercero fue el establecimiento del Estado de Israel.

La dinámica del nuevo Estado tenía dos aspectos. El primero es el atractivo emocional que implica otorgar una patria a las antiguas víctimas de una horrible persecución. El segundo, ver que se cumplía el viejo sueño europeo de un hogar nacional en Palestina, algo que se conoce como Sionismo. A pesar del fundamento elevado y religioso del concepto sionista, debe tenerse en cuenta que la fundación de un Estado, que va a depender en su mayor parte de antiguos internos en campos de concentración, no parece lo más adecuado a la hora de establecer una sociedad libre y democrática.

La psicología del campo de concentración es que los prisioneros se unen ante un enemigo, sádico y absolutista, compuesto de guardias y asesinos. El único rasgo cívico es la supervivencia, no la libertad. El resultado es que los israelitas consideran a los que les rodean como una amenaza. Desde el principio ha sido un estado de coalición, esto es, un Estado con un solo partido. La única organización cívica de importancia fundamental en este nuevo Estado, ha sido las operaciones del servicio secreto más brillante y temido del mundo entero: el Mossad. 

Para entender el Israel de nuestros días hay que reconocer que sus ciudadanos sufren un trastorno psicótico ‘post-campo de concentración’. Esta es la razón de que los israelitas que están contra la guerra sean todos muy jóvenes. Ibn Jaldún dice que son necesarias tres generaciones para renovar un etos social. La aparente desenvoltura con la que hombres y mujeres de mediana edad aparecen cada día en la televisión, no solo aprobando, sino exigiendo la masacre de mujeres y niños en la vecina Gaza, no se puede explicar de forma racional. Es parte de esta psicosis.

Otro elemento de esta condición es la incapacidad israelita a la hora de afrontar las cuestiones con la práctica militar. Valerse de bombardeos y de drones son actos de cobardía. Los israelitas no pueden representar el papel militarista. ¿Gaza está atacando? Si este es el caso, basta con invadir y ocupar. Podía haberse hecho en una tarde. La eliminación de Hamas no cambiará nada. Seguirá habiendo una nación dividida por los dos elementos opuestos ya descritos. Tarde o temprano, ¡los israelitas tendrán que encontrarse con sus vecinos árabes y establecer una relación social! Israel no es un gueto, es un campo de concentración en desuso.

Y en lo que respecta a Hamas, mientras que Israel tiene un futuro, Palestina no tiene ninguno. La conquista es una realidad. La derrota no es una deshonra. Fijémonos en cómo las grandes naciones de Japón y Alemania superaron la derrota más absoluta para acabar dominando el mundo. Hamas no es un fenómeno islámico. Sus dirigentes prometieron paz y unidad al Rey Abdallah, junto a la Ka’aba, y rompieron su palabra a los pocos días. Su personal militar son las mujeres y los niños bombardeados y mutilados de Gaza, sus armas no son los inútiles cohetes iraníes, sino más bien, las casas destruidas de su propia gente. Hace unos años abandonaron el Din y se pasaron al bando de las fuerzas iraníes─sirias─shi’a que hoy arrasan Siria y el Líbano. ¿Qué prometen a su pueblo? Rescatarlo del Banco Mundial y el FMI… ¿y para eso han sido destruidos todos esos miles?

Israel debe culminar su situación de fuerza en la región ocupando y gobernando con responsabilidad cívica. Debe aprender a ser un Estado; y esto significa tener vecinos que son aliados y no estar al servicio de la, ahora en pleno colapso, hegemonía americana.

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