En 1994 Putin declaraba: “Para nosotros, lo que ocurra con los rusos étnicos más allá de nuestras fronteras es una cuestión existencial”. Para un gobernante en el marco de la ley sería, por supuesto, una cuestión política.

Esto significa que la cuestión de Crimea no se puede resolver desde el interior de la estructuración política de los sistemas que existen nuestros días. A su vez, esto significa que la atención se debe dirigir hacia el hombre, no hacia los mapas.

Si se permite esta doctrina quijotesca, y se sigue la lógica, quedaría legitimado lo siguiente: Un referéndum en Cachemira, un referéndum en el Tíbet, un referéndum en Xinjiang, un referéndum en Cataluña, un referéndum en el País Vasco, e incluso otros más. Es posible que incluso algunos sean considerados válidos, pero las exigencias del marco legal del mundo de nuestros días no lo permiten.

Más aún; al tener una minoría rusa de algo más del 38%, debe deducirse que el siguiente objetivo será Kazajstán. Porque una vez más, si se aplica la razón, China jamás permitiría a Rusia como vecina en la enorme y vulnerable frontera que comparte con Kazajstán.

Por muy ansioso que ahora esté, el pueblo de Ucrania tiene que permitir la lenta reacción de Europa, porque este programa que promueve el dictador ruso es por su naturaleza, no por su esencia, y de los pies a la cabeza, irracional. E incluso más: es el acto anticipado de una inminente autodestrucción.

Putin no bajó del cielo. En realidad vino del sótano. No era uno de los mandos de la KGB, sino que operaba en los sótanos donde la gente era torturada y silenciada. Fue impuesto a la clase política por un alcohólico en la fase final de su desintegración. Valiéndose de los nuevos oligarcas, se aprovechó del caos asombroso que causó la codicia de los financieros del mundo y, en un abrir y cerrar de ojos, tomó el poder.

Desprovisto por completo de un conocimiento que tenga sus orígenes en las fuentes más profundas de las culturas rusa y europea del pasado, Putin existe en una visión del mundo que piensa que los valores políticos y del poder empezaron con Lenin. Todo lo anterior está sumido en una especie de neblina. Estamos ante un hombre que no sólo no tiene un segundo plano (el pasado), sino tampoco un primer plano (el presente).

Ha ensamblado un perfil para los medios de comunicación: artes marciales, la pesca, un caballo. En las conferencias a escala mundial echa fuego por los ojos. Le resulta difícil caminar y sentarse porque ponen al descubierto su falta de educación. Su ruso es limitado y con frecuencia chabacano. Conoció a Solzhenitsin, pero seguro que no se atrevió a leerlo. Su ignorancia será su ruina.

En el año 50 a.C. Cicerón escribía a Atticus:

“Estoy muy alarmado con el sistema político y, de momento, apenas he encontrado a alguien que no dé al César lo que pide en vez de enfrentarse a ello. No cabe duda de que la petición es insolente, pero más moderada de lo que se esperaba. ¿Y por qué íbamos a empezar a oponernos ahora? No es mucho peor que haberle dado sus cinco años de prórroga y cuando autorizamos la ley que autorizaba su candidatura ‘in absentia’. ¿O acaso pusimos estas armas en sus manos para luchar contra él ahora que está listo y bien pertrechado?

Hoy, en el año 2014, podemos declarar: “Para nosotros es una cuestión política lo que ocurra a los rusos instruidos dentro de las fronteras de su país”.

En sus manos, y sólo en sus manos, está el camino que lleva a una sociedad nueva después de una prolongada oscuridad.

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