La época del Estado Soberano ha terminado y, con ella, la pretensión de tener una ley internacional. Una guerra mundial catastrófica, impelida y determinada por políticos marginados, que duró entre 1914 a 1945, una segunda Guerra de los Treinta Años, representó sin duda alguna los movimientos principales de la sinfonía del poder, aunque su último movimiento no es tan poderoso ni tiene la fuerza de Beethoven. El final ha llegado a las manos de los enanos. Enanos, digámoslo bien claro, no solo deficitarios desde el punto de vista genético, sino también vacíos psíquicamente. Sin esa individualidad tal y como era entendida por Shakespeare, Schiller, Freud o Melanie Klein.

Merkel, una criatura del inframundo de las fuerzas de seguridad Stasi de la Alemania Oriental comunista, con un marido al que una revista nacional llamó ‘El Fantasma de la Ópera’. Un travestí con un corte de pelo militar al que nadie ama y todos votan.

Putin, con un pasado sombrío como torturador del inframundo de la KGB. Su llegada al poder estuvo basada en las acciones de un presidente alcohólico en plena demencia. Su futuro basado en una identidad, construida absolutamente a partir de cero por los medios de comunicación, que lo presentan como un deportista muy macho.

Estos dos enanos se han entregado a la destrucción definitiva del sistema de la soberanía de la nación-estado establecido tras el Congreso de Viena. Si tuviesen psiques identificables podría calificarse de crimen cometido por el psicótico con la colaboración necesaria del neurótico. Putin se apodera de Crimea. Merkel le cubre las espaldas.

Putin apoyó las masacres anti-Islam perpetradas por los shi’a en Siria con los ojos fijos en los mapas y la TV, imaginando que gobernaba en un mundo con el pragmatismo de las ‘Noticias de Última Hora’. Estimulado, procedió a desmantelar Ucrania.

Olvidemos Ucrania. Fijémonos en los efectos. El sistema estatista internacional estaba basado en el reconocimiento implícito del estado soberano. El edificio de la ley internacional se erigió basado en que eran entidades separadas. En primer lugar, ese destartalado edificio, posterior a la Segunda Guerra Mundial, se ha derrumbado. Estructuralmente, y ya desde el principio, estaba condenado por la aceptación irracional del derecho al veto. En segundo lugar, quedó menoscabado cuando Israel se negó a acatar sus decisiones. Y por último, se vio paralizado al ser incapaz de detener las masacres de Ruanda y luego Siria.

Pero lejos de darle vía libre a Putin en Ucrania, lo que significa es que si también él ignora la soberanía del Estado, el sistema entero llegará a su fin.

Terminus omnis motus et urbes
Muros teara posuere noua,
Nil qua fuerat sede reliquit
Peruius orbis:
Indus gelidum potat Araxen,
Albin Persae Rhenumque bibunt.


(Medea – Séneca 369-374)

“Se cambiaron los límites antiguos y las ciudades
han edificado sus murallas en nuevos territorios.
Nada queda en su antiguo lugar
en un mundo abierto:
Los indios beben las frías aguas del Araxes,
los persas las del Elba y el Rin”.

Y ahora, entre las ruinas de los gobernantes enanos, con un sistema de valores destrozado por el tiempo, podemos empezar a ver, por fin, los rostros del nuevo imperio: mundo corporativo y finanzas.

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