El 3 de julio del año 1937, Stalin enviaba a los dirigentes regionales del Partido y al NKVD[1] un documento secreto con órdenes a cumplir en un plazo de cinco días:

“Una estimación del número de ex-kulak y elementos delictivos a los que se considere necesario detener mediante medidas administrativas; y tras un rápido paso ante una troika (un comité de 3 miembros formado por el Secretario Regional del Partido Comunista, otro del NKVD regional y un fiscal. En una sola sesión, una troika emitió varios cientos de sentencias), se ejecuten las decisiones junto con una valoración de otros elementos que deban ser detenidos y juzgados”.

El ejecutor de las órdenes fue Nikolay Yezhov, responsable de la Orden Operativa 00447 del NKVD. La Orden 00447 produjo, en el primer periodo, una cuota de 76.000 en la categoría 1 (ejecución) y 93,000 en la categoría 2 (Gulag).

El resultado total de la Orden 00447 fue la detención de 767,000 personas y la ejecución de 387,000. El 15 de agosto, Gorbatch solicitaba un incremento de la categoría 1.

5 días después, en una orden manuscrita, Stalin aumentaba la cuota de ejecución a 8,000. Este fue el primero de una larga serie de excesos y un mero fragmento de los millones asesinados durante El Gran Terror ahora profusamente documentado.

Una de las tragedias que definen el sangriento siglo XX, y que subyace en los acontecimientos mencionados, es la aceptación de un Estado que solo tiene deberes utilitaristas que carecen de contenido moral. Pero, por supuesto, no era solo el ámbito de los dictadores. Los líderes democráticos aplicaron la misma doctrina amoral en los bombardeos generalizados de las ciudades alemanas y en las bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki. Es la misma doctrina social con la que los EE.UU. y sus aliados, con la bendición Papal, están bombardeando las ciudades de Iraq, al tiempo que van aniquilando sin oposición alguna por Asia y África oriental.

Hoy en día, el defensor más poderoso de la doctrina amoral y utilitarista del poder estatal es, por supuesto, Putin, un heredero legítimo de la maquinaria del terror estalinista que ahora, tras años de conducir hacia la sumisión a los rusos que habían despertado, se encuentra ante un ruso que forma parte de la oposición a la tiranía. Un hijo de Gogol, Andrieyev y Dostoievski.

Alekséi Navalny se enfrenta al minúsculo tirano que sigue presentándose como un héroe viril y temible. Alekséi Navalny, con su bella esposa, sus hijos y su hermano, representa la gran masa de rusos cultos que leen libros y van a conciertos, ballets y obras de teatro. Detrás de Navalny está la Rusia que en Europa tanto hemos admirado.

Tiene que ser puesto en libertad. En el nombre de Rusia y de los hombres libres del mundo entero. Y en realidad, en nombre de todas las fuerzas del tecno-mundo moderno que incluyen las masas de rusos que, todavía en la oscuridad, creen que Putin ES el suministro de gas. Todas las fuerzas pasivas que no conceden valor alguno a la singularidad de un hombre, respaldan y permiten el Estado absoluto que no hará nada por salvar a un hombre.

El apoyo a Navalny es el primer paso, no solo hacia la eliminación del dictador enano de Rusia, sino hacia una valoración más elevada de nuestra especie.

A fin de cuentas, reconocer al ser humano como un ser espiritual y no una mera cosa, es la puerta que permitirá el despertar del Islam tras la oscura guerra ideológica que, en nuestros días, niega la luz del Islam y su rechazo de esa usura que todavía nos esclaviza a todos.


[1] “Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos” (en ruso: Народный комиссариат внутренних дел, transliterado como Naródniy komissariat vnútrennij del), abreviado como NKVD (НКВД, según su acrónimo ruso). Fue un departamento gubernamental soviético que se ocupó de cierto número de asuntos internos de la URSS.

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