Friedrich Reck-Malleczewen, hijo de un diputado conservador y opositor ferviente del régimen Nazi, fue acusado de ‘insultar el dinero de Alemania’ y de ‘denunciar al Estado’. Detenido en diciembre de 1944 moría un mes más tarde en el Campo de Concentración de Dachau.
Y así es cómo hoy, setenta años después, me siento orgulloso de hacer la misma denuncia en su nombre y en el de Schiller y Goethe. En primer lugar, el euro no es más que el dinero de Alemania. En segundo lugar, el Estado de Alemania actual, de jure, carece de existencia.
La Segunda Guerra Mundial finalizó con una obligada ‘Rendición Incondicional’ al haberse rechazado el ofrecimiento de la rendición militar del Estado. No olvidemos que la mitad de ese Estado Alemán fue entregada al dictador comunista de Rusia. La mitad restante fue dividida en tres sectores: británico, francés y americano. La ruina absoluta que era la ciudad de Berlín, también se dividió en cuatro zonas. Los cuatro triunfadores declararon que ejercían “la autoridad suprema en lo que respecta a Alemania”. Los documentos de 1949 marcan el comienzo de la sociedad alemana post-nazi. Fue el primer año de la Alemania Oriental, el año de la Constitución de la República Democrática Alemana. No deja de ser extraño que su registro histórico fuera muy claro y estuviese manifiestamente vinculado a la Rusia de Stalin.
Por el contrario, y en ese mismo año 1949, la transición de la parte Occidental a una pretendida democracia está rodeada de misterio. Yo conozco y puedo tener acceso a los nombres de cada miembro del Parlamento de Inglaterra, tanto antes como después de la Guerra Civil. Por el contrario, es imposible desvelar los nombres o procesos que guiaron al pueblo alemán desde la ‘Ley Germana Fundamental’ de los ‘Aliados’ victoriosos a la, supuestamente concebida por los alemanes, Constitución de 1949.
Alemania había sido reducida a cero para luego ser recompuesta por cuatro Estados nacionales victoriosos. Se la dividió en dos. No fue hasta el 12 de septiembre de 1990 cuando los Aliados renunciaron a sus pretensiones sobre Alemania, otorgando así la soberanía absoluta al Estado Alemán. El 3 de octubre de 1990 el país fue reunificado de forma oficial.
El 25 de marzo del 2014, el Tribunal Constitucional Alemán reconoció los derechos de adopción a las parejas del mismo sexo.
Así fue cómo, en algo menos de un cuarto de siglo, la relevancia del gobierno político con respecto al Estado, había sido reducida a legalizar derechos minoritarios extravagantes como si esto, por sí mismo, fuera suficiente para justificar la existencia continuada del constitucionalismo, entidad ya dudosa de por sí. A pesar de debatir copiosamente las pretensiones legales de esa minúscula minoría (parejas de adopción del mismo sexo), el gigantesco aparato del Estado había fracasado a la hora de definir las causas, resultados y responsabilidades de la crisis financiera de los años 2007/2008.
La respuesta, la constitucionalmente autorizada respuesta a la crisis, fue la doctrina euro-americana de la austeridad. La introducción de la nueva ‘crisis de la deuda’. Lo que esto hacía, en realidad, era reducir las masas democráticas a la esclavitud de la deuda, privadas de asistencia y respaldo social mientras que, al mismo tiempo, elevaba el poder de las finanzas, sus instituciones y su personal al primer nivel de la dictadura.
Hace unos cincuenta años, cuando viajaba hacia los EE.UU. en el Queen Elizabeth II, conocí a un viajero distinguido y solitario; en su juventud había sido ayuda de cámara del Presidente Hindenburg y ahora era un general retirado de la Wehrmacht. Me dijo: “Puedo decirle que en Alemania, desde mis días de servicio a Hindenburg hasta hoy, nadie ha abandonado la Mesa del Consejo Decisorio”.
Y es hoy cuando ya por fin puedo ver que la realidad de la continuidad no tiene que ver con las violentas turbulencias del ámbito político, sino con el crecimiento continuo, la acumulación de poder y la evolución de la entidad financiera y sus doctrinas.
Nunca he podido entender cómo un nodo intelectual tan encumbrado como el de Alemania, dando incluso cabida a esa locura que es la votación de las masas, ha podido poner como Canciller, de forma repetida, a un personaje tan extraño. Una funcionaria ex-comunista, travestí enana, ya ajada y con el pelo a lo ‘garçon’. Pero por fin lo comprendí cuando la semana pasada leí que había advertido a un delegado francés: “Pas de programme! Pas de programme!” Su misión no es facilitar el proceso político, sino garantizar que no ocurre nada. Y por supuesto, no en la Asamblea. Sus órdenes proceden de la nueva élite: la de las finanzas.
Y este personaje tan dudoso, Jefe de un Estado cuya estructura fundacional había sido establecida por extranjeros sobre las ruinas de lo que, en su día, había sido una gran entidad histórica que a su vez había surgido de las ruinas del Imperio Romano, esta figura ilegítima según la ley, la razón y la historia, está empeñada en la tarea de llevar a una nación a la bancarrota; ¡y esa nación es precisamente la democracia original!
Junto a la así llamada, (y admitámoslo), de facto gobernante de Alemania, hay otra mujer, otra travestí en medio de los hombres. Es lo que Germaine Greer, la erudita feminista australiana, llamó ‘la mujer eunuco’ a la hora de definir a esas mujeres que posan como hombres, no sexualmente pero en su apariencia, para poder formar parte del grupo.
Como dirigente del FMI, diseñado por América, está orquestando de forma unilateral la muerte de una gran nación; la obligó a endeudarse y luego exigió la devolución, junto con los intereses. El interés, ese gran dinosaurio que está en la habitación y al que nadie confronta, y al que se llamaba usura en las tres religiones monoteístas. Ah, y por supuesto, nadie, o mejor dicho, ningún electorado, la ha elegido.
Si han manipulado la caída del gobierno griego, esta vez sí elegido por el electorado, entonces todos lo sabemos. No sólo quién lo hizo, sino quién se oculta tras los ‘actores’.
Si Grecia abandona el dinero alemán y rompe con ese Estado despreciable ─por no ser democrático ni estar ratificado─ quizás demuestre ser, no el principio del fin sino, más bien, el fin del principio. El fin del principio del capital financiero y su terrible especie destructora del poder.