En la parte más importante de “El corazón de las tinieblas”, la imponente obra maestra de Joseph Conrad, Marlow, la voz del autor en la narración, describe la muerte del comerciante belga en el Congo, río arriba, en uno de los asentamientos más remotos.
«No he visto nunca nada semejante al cambio que se operó en sus rasgos, y espero no volver a verlo. No es que me conmoviera. Estaba fascinado. Era como si se hubiera rasgado un velo. Vi sobre ese rostro de marfil la expresión de sombrío orgullo, de implacable poder, de pavoroso terror… de una intensa e irremediable desesperación. ¿Volvía a vivir su vida en cada detalle de deseo, tentación y entrega, durante ese momento supremo de total lucidez? Gritó en un susurro a alguna imagen, a alguna visión, gritó dos veces, un grito que no era más que un suspiro: ‘¡Ah, el horror! ¡El horror!’”
Marlow continúa diciendo: “Lo decía. Desde el momento en que yo mismo me asomé al borde, comprendí mejor el sentido de su mirada que no podía ver la llama de la vela, pero que era lo suficientemente amplia como para abarcar el universo entero, lo suficientemente penetrante como para introducirse en todos los corazones que baten en la oscuridad. Había resumido, había juzgado. ¡El horror!”
El genio de Joseph Conrad es que puede ver ese punto en el que la vida y la crisis del individuo se convierten en lo mismo que la crisis de la era en la que vive. El espantoso horror del capitalismo en África y la agonía privada del explotador, llegan a ser la condición fundamental del hombre mortal. Esta es la comprensión visionaria que elude a los lectores modernos que siguen los garabatos, ideológicamente ciegos, de Achebe, el novelista nigeriano que no ve más allá de las doctrinas antirracistas que arruinaron el último siglo y que eran, en sí mismas, el racismo del enemigo tan odiado. Y hoy, por supuesto, la policía negra dispara sobre los mineros de Sudáfrica, Ruanda alardea de un genocidio de negros a manos de negros, la República Central Africana es una anarquía absoluta, Congo está en plena guerra civil. Los europeos todavía revolotean, pero los nuevos explotadores, los chinos, reciben la pleitesía de los gobiernos negros. El capitalismo de hoy en día tiene un rostro con muchos colores.
La resonancia de este gran libro, que sobrepasa con creces la trivialidad de su crítica nigeriana, que en tal mal inglés está escrita, reside en su poder metafórico. Y es porque no habla de la opresión colonialista; lo hace sobre la agonía de la mortalidad, convertida en algo casi insoportable por el poder aplastante del capitalismo sobre todos los hombres, tanto explotadores como explotados.
Nuestro viaje no sería río arriba, en las profundidades de la jungla, para traer de regreso al agente colonialista, el Sr. Kurtz; sería a través de verdes territorios y antiguas mezquitas bombardeadas para rescatar al Sr. Assad, el verdugo de un pueblo y el testaferro impotente y víctima de una tribu depravada y letal, decidida a aferrarse al poder.
El fracaso de la humanidad a la hora de levantar un solo dedo para detener la masacre tiene consecuencias de gran repercusión.
En primer lugar, es la abolición del concepto del humanismo. Ha demostrado con toda sencillez que no existe. A lo sumo, todo lo que queda es Caín contra Abel. Un hermano mata al otro.
En segundo lugar, termina con la idea de que el conflicto entre los musulmanes y la shi’a es algo sectario. Son opuestos. EL shi’ismo es anti Islam.
En tercer lugar, no permite que se siga pretendiendo que existe algo que se llama ley internacional. La organización de las Naciones Unidas ha quedado inutilizada. El diplomático que negocia en su nombre es un náufrago, perdido e impotente.
En cuarto lugar, elimina el mito de América como modelo de justicia social. Peor aún que Vietnam, peor que Iraq, peor que Afganistán; es una nación incapaz de detener un asesinato en masa y el exilio de millones de personas porque algunos de los que se oponen a la matanza tienen ideas diferentes a las de América. El asesinato de niños debe continuar porque algunos de los que se oponen PIENSAN de manera diferente.
En quinto lugar, el pueblo egipcio musulmán prefiere ahora un ejército que mata egipcios a un ejército que rescata a inocentes de un genocidio.
En sexto lugar, los miles de millones de dinero de papel capitalista (en realidad, meros impulsos algorítmicos en ordenadores) no pueden rescatar a las víctimas inocentes.
En séptimo lugar y para terminar el asunto con el excelso Corán (Ad-Dujan, 44:59):
‘Así pues, espera porque ellos están a la espera’