Considero un privilegio presentar el texto de una conferencia que se dio en unos encuentros de gran relevancia que tuvieron lugar en Granada.[1]
Esta es una cuestión muy importante y creo que bien merece una introducción. Cuando yo entré en el Islam, de manos de Imam Da’ud, el imam de la mezquita Qarawiyyin, la situación era sencilla: estaban los modernistas y los tradicionalistas (que representaban a los sufíes en algún punto intermedio). Como le había dado el baya’t al muy respetado Shayj Muhammad ibn al-Habib, rahimahullah, yo estaba, en cierto modo, a salvo de esos conflictos.
Pero hoy en día todo ha cambiado. Incluso antes de que el ordenamiento social actual se pusiera en funcionamiento como camino hacia el futuro, agentes provocadores, respaldados obedientemente por los medios de comunicación que lo mostraban a todo el mundo, habían puesto en marcha un programa de gran alcance y extremadamente costoso. Le habían dado nombre antes de que ocurriera: la Primavera Árabe. Comenzó bajo las nubes de la guerra y se extendió con éxito por todo el Norte de África, pero se detuvo en la frontera con Marruecos. Tras haber sembrado el caos en Egipto, Libia y Túnez, no hubo obstáculo en su camino, excepto el adiestramiento marxista de Argelia. Lo que no pudimos ver, al estar justo en medio de todo ello, fue la desestructuración de los Estados. Por debajo de todo ello estaba la arrogante suposición de que esa situación haría desaparecer el Islam de Oriente Medio.
Al mismo tiempo que se aplicaba este programa para eliminar el Islam, se desataba sobre Europa la segunda parte del plan: invadirla con dos millones de refugiados. De esta manera, y con un solo movimiento, la Europa de los Estados acabaría desintegrándose de la misma manera que lo haría la estructura interestatal de África y del Oriente Medio. Pero de repente, y justo en medio de todo eso, se desencadenaba en la ruinas de Iraq un proyecto militar perfectamente armado y centralmente controlado. Surgiendo de la nada en apariencia, pero pertrechado a la perfección, declaraba sin ambages su intención de llegar a Siria. Este concepto sofisticado y perfectamente planeado, cuya preparación llevó varios años, solo se puede comprender como parte de las fases emergentes del globalismo.
Ante esta amenaza, los musulmanes tenemos que reconocer el poder enorme e invulnerable de una religión fundada hace 1400 años que todavía se sigue propagando. Como comunidad mundial estamos firmemente unidos por los cimientos inexpugnables que el Amir al-Muminin, el rey Muhammad VI de Marruecos, define como “el Madhhab de Imam Malik, la ‘Aqida de Al-Ashari, el Tasawwuf de Al-Ŷunaid y la Imara de los Creyentes, esto es, la figura del Amir al-Muminin, que alberga y protege a los tres fundamentos antes mencionados”. En consecuencia, el Amir al-Muminin es el guardián de los musulmanes del mundo. Al mismo tiempo, el Haŷŷ, con sus ritos y prescripciones, está protegido y defendido por el rey Salman, a quien los musulmanes sensatos reconocen como el Guardián de los Haramayn, seguros e inexpugnables en manos de su heredero, el Príncipe Heredero Muhammad bin Salman.
Nosotros podemos proclamar que el Amir al-Muminin, el rey Muhammad VI, en Rabat, y el Guardián de los Haramayn, en manos del rey Salman, que Allah proteja a ambos, son nuestra garantía como musulmanes.
En las palabras sublimes del Corán:
“Ciertamente que esta nación vuestra es una nación única,y Yo soy vuestro Señor, así que adoradme”.
(Sura Al-Anbiyâ, 91)
[1] El tema de la conferencia, a cargo de Muhammad Al Ya’adi, del Ministerio del Awqaf y Asuntos Islámicos, era “El proyecto, el plan, la estrategia que hay en Marruecos con respecto al Din y el papel tan importante que juega en esto el Emir al Muminín, el rey Muhámmad VI, que Allah lo proteja”.